miércoles, 21 de febrero de 2018

La Última Cena





Según la mayoría, el día de los ácimos fue un Jueves, previo al terrible "parasceve", y al Sabath.  Y según otros, no.  El día arriba o abajo lo marca la burocracia romana, su derecho, el Talmud, las traducciones, el decimotercer o el decimocuarto día de Nisán o lo que quiera el cordero. Si la casa era de José el de Arimatea, de Nicodemo, o de la madre de Marcos , se sabe que era de alguien conocido, ya que la prepararon según pedía el rabí.No es sencillo ponerse de acuerdo en tal o cual detalle, pero si que podemos afirmar con certeza que esa fue la última vez que cenó Jesús.

 Si es que cenó.

Lavó los pies de sus discípulos, y se reunieron los trece que infundarían pavor a los triscaidecafóbicos. La "dieta mediterránea" le llamamos ahora al lechal, los cereales, los aceites y el vino que corrieron en un ambiente que bien podía cortarse con cuchillo. Cuando solo uno en tal cuadrilla sabe algo que el resto no, se crea una atmósfera inerte, de desconfianza, que termina por explotar en acusación y revelando tal secreto.

Y así, sin más, la historia nos deleita con la grandeza del más pequeño y humilde de los hombres. Y hace esa noche hombre al Dios mismo. Quien partiendo el pan sin levadura, lo dio a sus discípulos diciendo ... y luego tomó la copa más buscada de la humanidad, y dándosela de beber a sus discípulos dijo...


"Amaos los unos a los otros como yo os he amado".  Dice el hombre que sabe que va a a ser escupido, destrozado, vilipendiado, desprestigiado, insultado y todos los peores participios que contemplaba el hebreo.  Por ser bueno. Por no ser como los demás. Poniendo de manifiesto el gran pecado bestial y salvaje, el de eliminar al extraño. Un pecado universal capricho de la selección natural. Pero Jesús dejó para la eternidad el beneficio de la duda sobre si podemos o no amar al prójimo verdaderamente. Es más, nos lo pidió. En su última cena. Allí donde los hombres se funden con las mismísimas entrañas de la existencia.

En ese lugar se instauró la Eucaristía, la acción de gracias. En la primera iglesia de la historia. Donde se apareció al tercer día. Donde apostolaron a Matías, donde acudió Pedro al salir de prisión, donde se reunían los primeros cristianos para repartir el pan cada pascua. El cenáculo destruido en el siglo XI, liberado en cruzada. La iglesia de Sión, cuidada por los agustinos, restaurada tras una segunda destrucción, pasa a manos a los franciscanos, perdida en 1551. Hoy mezquita.

Y esa noche quedó reflejada en la historia del arte para siempre. Siendo el arte el mecanismo más bello y potente de la humanidad para transmitir y preservar. Para mí, mas que la saliva.
Dirán que hubo una mujer, será icono popular, la plasmará Buñuel con mendigos a la mesa de Viridiana...

Procesionarán impresionantes cenáculos por nuestras calles, como lo hace la magnífica Eucaristía de Zaragoza, de sevillanas maneras. De yema y alba. Dejando a los miles del Ebro con un nudo en la garganta a cada paso que rachean.
Disfruten de su apostolado de Navarro Arteaga en el Perpétuo Socorro, y siéntanse pequeños, como Aquél hombre.


Y si quieren, acérquese a Tierra Santa un poquito. en las islas donde los  cruzados que iban a liberar aquella primitiva iglesia madre de Los Apóstoles cenaban mientras esperaban el último viaje.

Viajen a Malta, a Qormi, y verán esta maravillosa tradición de Viernes Santo. Les resulta familiar?




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